CHOCOLATE CON MEMORIA: DE LA PEPA AL PAPEL DE ALUMINIO
Dicen que cuando un país pierde el olfato, pierde la memoria. Y en Venezuela, uno de esos aromas que resiste el paso del tiempo, los cambios y los kilómetros, es el del chocolate.
Pocas cosas son tan evocadoras como una barra de chocolate abierta con las manos, ese crujido leve del papel de aluminio y el golpe dulzón que se instala de inmediato en el aire.
Pero detrás de ese momento sensorial, hay siglos de historia, identidad, trabajo artesanal y una relación que va mucho más allá del gusto.
Porque el chocolate venezolano no solo ha sido reconocido por su calidad en el mundo… también ha sido testigo de la historia, memoria viva de familias, paisajes y herencias culturales que aún hoy se sienten en cada mordisco.
UNA HISTORIA QUE NACE EN LA TIERRA
El cacao venezolano es, desde tiempos prehispánicos, parte del corazón agrícola del país.
Antes de la llegada de los colonizadores, los pueblos originarios ya cultivaban y procesaban el cacao como alimento, medicina y ofrenda sagrada.
Las primeras variedades criollas del cacao venezolano, como el cacao Porcelana y el cacao Chuao, son hoy mundialmente reconocidas por su sabor delicado, su baja acidez y sus notas florales y afrutadas.
No en vano, chefs y chocolateros de todo el planeta lo buscan como un ingrediente de lujo.
Durante el período colonial, el cacao se convirtió en uno de los principales productos de exportación de Venezuela.
Se cultivaba en las tierras fértiles de Barlovento, en las costas de Aragua y en los valles de Caracas, generando riqueza, pero también historias marcadas por la esclavitud y el mestizaje cultural.
El cacao era oro en pepa… y su sabor, una huella que iba pasando de generación en generación.
CACAO Y CHOCOLATE: NO SON LO MISMO
Vale la pena aclararlo: cacao y chocolate no son sinónimos.
El cacao es el fruto, la semilla, la materia prima. El chocolate, en cambio, es el resultado de un proceso complejo que transforma la semilla en tableta, crema, bebida o bombón.
Para que el cacao se convierta en chocolate, debe ser cosechado, fermentado, secado, tostado y molido. Solo así libera sus sabores profundos y sus notas características.
En Venezuela, el chocolate artesanal vive un renacimiento.
Pequeños productores han retomado procesos tradicionales con técnicas modernas, priorizando la calidad sobre la cantidad.
Esto ha dado lugar a marcas premiadas, barras gourmet, y sobre todo, a una reconexión emocional con un producto que forma parte de nuestro ADN.
SABOR A INFANCIA, A FIESTA, A CASA
No hace falta mucha imaginación para que un venezolano recuerde su infancia con el sabor del chocolate:
- Una taza humeante en una visita a Mérida o al Junquito.
- Un chocolate “en bolita”, envuelto en papel metalizado, justo después de hacer la tarea.
- Una torta casera de cumpleaños, de cajita o con capas generosas de ganache.
- Un helado en la plaza, un último cuadrito comido con prisa o una caja de regalo en Navidad.
El chocolate nos ha acompañado en celebraciones, reencuentros, consuelos… y también en la distancia.
Muchos migrantes venezolanos cuentan que uno de sus mayores anhelos es volver a probar ese chocolate con el que crecieron, con ese dulzor que no empalaga, con ese aroma que huele a casa.
LOS MAESTROS DEL SABOR: DEL CACAO AL BOMBÓN
A lo largo de los años, el oficio de chocolatero se ha cultivado en familias, pueblos y comunidades que han sabido preservar técnicas casi secretas:
- La fermentación natural bajo hojas de plátano.
- El secado al sol, vuelta por vuelta.
- El tostado en tambor artesanal, para realzar los aromas.
- El molido lento, con piedras o molinos de acero inoxidable.
Este saber hacer se transmite con frases como “el grano te dice cuándo está listo”, “no lo tostes de más que se amarga”, “pruébalo antes de enfriarlo”.
Hoy, el auge de marcas venezolanas de chocolate artesanal ha revitalizado este arte, con empresas que han llevado el chocolate nacional a vitrinas internacionales… pero también han devuelto el orgullo a quienes lo producen, lo transforman y lo ofrecen como regalo de identidad.
CHOCOLATE EN LA CULTURA POPULAR: MÁS QUE UN DULCE
El chocolate no solo está en la cocina.
Está en canciones, cuentos, refranes y hasta en el habla cotidiana.
¿Quién no ha dicho alguna vez que el chocolate es tan placentero como el sexo? ¿O ha usado (con extra de cursilería) la palabra “chocolatico” o “bomboncito” como sinónimo de cariño?
También ha tenido un lugar simbólico en nuestras celebraciones, en la cultura escolar, en los kioscos del barrio, en la barra de la panadería y en las historias de amor que comienzan con una caja de bombones.
Porque sí, el chocolate no solo alimenta… también comunica.
Es gesto, lenguaje, símbolo… una promesa de dulzura, de ternura, de disfrute.

EN PANNA, LO SERVIMOS CON EMOCIÓN
En PANNA, el chocolate es parte esencial de nuestro universo. No solo por el sabor, sino por lo que representa.
Por eso lo usamos especialmente en nuestras bebidas calientes y frías que acompañan desayunos y meriendas… y en ediciones especiales que celebran nuestras raíces.
Lo seleccionamos con cuidado, lo trabajamos con cariño y lo servimos con orgullo.
Porque sabemos que, para muchos de nuestros clientes, ese primer sorbo de chocolate caliente es mucho más que una bebida.
Es un viaje en el tiempo. Un retorno al país. Un abrazo líquido que reconforta y emociona.
DE LA PEPA AL PAPEL DE ALUMINIO
Cada barra de chocolate venezolano cuenta una historia.
Desde la pepa que brota del fruto hasta el envoltorio que se abre con las manos, hay un hilo narrativo que une campo y ciudad, infancia y adultez, pasado y presente.
Y aunque hoy se hable de porcentajes de cacao, notas sensoriales, texturas y maridajes, la verdad es que el chocolate sigue siendo, sobre todo, una experiencia emocional.
Nos recuerda quiénes somos, de dónde venimos, y lo que queremos conservar.