El pabellón venezolano una historia que viajó intacta hasta Miami

El pabellón venezolano: una historia que viajó intacta hasta Miami

El pabellón criollo llega al plato llano con la autoridad de quien lleva siglos representando un país entero: arroz blanco, caraotas negras, carne mechada y tajadas fritas: cuatro sabores que, juntos, cuentan la historia de Venezuela.

Es ese plato que aparece en el menú de cualquier restaurante, el que uno pide a la hora del almuerzo, entre jornada y jornada, o cuando simplemente necesita reencontrarse con algo familiar.

Porque el pabellón no es una receta: es una costumbre, un punto de encuentro, una forma de decir “aquí estamos”.

UNA HISTORIA QUE NACIÓ DE LA MEZCLA

El origen del pabellón criollo se remonta a la época colonial, cuando los esclavos y campesinos mezclaban en una misma ración los restos del día anterior: arroz, caraotas, carne y plátano.

De esa combinación nacida de la necesidad surgió un símbolo nacional y cada ingrediente tiene su propio significado.

 El arroz representa la unidad, las caraotas negras la constancia, la carne mechada el trabajo, y las tajadas ese dulzor que equilibra la vida y juntos, cuentan lo mismo que nuestra historia: mezcla, resistencia y sabor.

Con el tiempo, el pabellón se transformó en el plato más representativo de Venezuela.

No hay menú criollo sin él, ni almuerzo de oficina que no se sienta completo cuando llega el plato blanco con sus cuatro esquinas perfectamente servidas.

EL SABOR DE LA RUTINA VENEZOLANA

Aunque muchos lo asocian con las grandes celebraciones, el pabellón es parte del día a día; se come entre semana, a la hora del almuerzo, cuando el cuerpo pide algo sustancioso y el alma necesita un descanso.

En las casas, el aroma del sofrito se mezcla con el del arroz recién hecho y el sonido del aceite friendo las tajadas.

En los restaurantes, se escucha ese clásico: “¡Un pabellón, por favor!”, como quien pide un respiro en medio del corre corre.

Y es que el pabellón es rutina y rito al mismo tiempo, porque tiene algo que calma y algo que emociona.

Uno sabe que lo que viene no es solo comida: es territorio conocido, sabor aprendido desde la infancia.

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EL ARTE DE “ESMECHAR” Y EL SABOR DE LAS CARAOTAS

Preparar el pabellón tiene su técnica.

 La carne no se desmenuza, se esmecha, como decimos en Venezuela.

 Primero se ablanda con aliños, luego se deshilacha con paciencia y se saltea en el sofrito que le da su color y su olor característico.

 Las caraotas, por su parte, son el corazón del plato: se cocinan despacio, con cebolla, ajo, ají dulce, un toque de comino y ese chorrito de aceite que solo el caraotero experto sabe medir.

 El arroz debe quedar suelto y las tajadas doradas, ni blandas ni tostadas, en ese punto exacto que huele a hogar.

EL PABELLÓN EN MIAMI: SABOR QUE SOBREVIVE

Cuando los venezolanos llegaron a Miami, el pabellón llegó con ellos.

 En las maletas no cabía una olla, pero sí la memoria de los sabores y los secretos de cada casa.

 Hoy, es común ver familias que siguen preparándolo igual, aunque cambien los ingredientes según lo que consigan.

 Y es que el pabellón no se adapta: se defiende.

 Porque más allá de la receta, lo que se mantiene es la intención de conservar el sabor de origen.

Aquí, entre el ruido de la ciudad y el ritmo acelerado de la vida, ese plato sigue siendo un refugio.

 Cada vez que alguien lo prepara o lo pide, reafirma su identidad, su raíz y su memoria.

EN PANNA, EL PABELLÓN SABE A CASA

En PANNA, el pabellón se cocina como debe ser: con respeto, con tiempo y con cariño.

 Las caraotas negras se preparan con sofrito casero, la carne se esmecha a fuego lento, el arroz se sirve blanco y suelto, y las tajadas doradas coronan el plato, tal como dicta la costumbre.

Para nosotros, el pabellón no es un plato más en el menú, es una promesa.

 Una forma de mantener vivo ese sabor que todos los venezolanos llevamos grabado en la memoria.

 Por eso, cada pabellón que sale de nuestra cocina lleva el alma de quien lo prepara y el orgullo de quien lo come.

UN SABOR QUE NO SE OLVIDA

El pabellón criollo ha viajado con nosotros a donde vayamos… ess testimonio de nuestra historia y compañía en cada reencuentro.

Por eso, cuando lo probamos, no solo recordamos un sabor: recordamos una vida entera alrededor de la mesa.

Si estás en Miami y extrañas ese momento exacto en el que todo se une —las caraotas, la carne, el arroz y las tajadas—, ven a PANNA; aquí, el pabellón no solo alimenta… también hace sentir que seguimos en casa.

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