DEL BUDARE A LA PARRILLA: TÉCNICAS QUE DEFINEN NUESTRO SABOR
La cocina venezolana se cuenta también a través de sus utensilios, porque no hay hallaca sin hoja de plátano, ni arepa sin budare, ni domingo familiar sin parrilla encendida.
Cada técnica de cocción encierra siglos de historia, migraciones y herencias culturales que hoy siguen vivas en la mesa.
Y aunque los ingredientes son esenciales, el sabor se define muchas veces en cómo se preparan, en ese contacto directo con el fuego que da carácter, textura y memoria.
En Venezuela, el budare y la parrilla no son simples herramientas de cocina, son símbolos de identidad que nos hablan de campo y ciudad, de tradición indígena y de mestizaje, de innovación y resistencia.
Hablar de ellos es recorrer el mapa de nuestro país y entender por qué seguimos volviendo, una y otra vez, a esos sabores ahumados, tostados y dorados que nos definen.
EL BUDARE: HERENCIA ANCESTRAL QUE PERSISTE
El budare es uno de los utensilios más antiguos de la cocina venezolana.
Su origen se remonta a las comunidades indígenas que lo usaban para cocer arepas, casabe y panes de maíz.
Tradicionalmente elaborado en barro cocido, más tarde en hierro fundido o acero, este disco plano se coloca sobre el fuego para convertirse en escenario de uno de los rituales más importantes de nuestra gastronomía: la cocción directa de la masa.
Las crónicas coloniales ya mencionaban el budare como parte fundamental de las cocinas del Caribe y de la región norte de Suramérica.
En Venezuela se asoció primero al casabe, alimento básico de los pueblos originarios, hecho a base de yuca amarga rallada y prensada.
Luego, con la expansión del maíz, se convirtió en la superficie perfecta para cocinar arepas, esas tortas redondas que hoy son el pan nuestro de cada día.
El budare no es solo un utensilio, es un puente cultural.
Su versatilidad lo ha mantenido vigente: en él se hacen cachapas, bollos, empanadas, y hasta carnes delgadas que se doran rápido para absorber el sabor del fuego.
En muchos hogares, sigue ocupando el centro de la cocina, como testigo silencioso de desayunos familiares y meriendas improvisadas.
LA PARRILLA: EL RITO DEL FUEGO
Si el budare es intimidad y cotidianidad, la parrilla es celebración y encuentro colectivo.
Encender el carbón, esperar a que tome el punto perfecto de brasa, colocar las carnes, embutidos o vegetales, es un acto que convoca a la familia y a los amigos.
La parrilla venezolana se diferencia de otras latinoamericanas porque no es un ritual solemne ni un arte de cortes exclusivos, sino una experiencia compartida en la que todo cabe y todos participan.
En nuestro país, la parrilla es herencia de múltiples influencias.
Desde los asados argentinos y uruguayos, hasta los cortes brasileños o los sabores criollos de los Llanos, pero en Venezuela la hemos adaptado a nuestro estilo, con marinados propios, guarniciones locales y, sobre todo, con un ambiente festivo donde la música, la conversación y la cerveza helada son tan importantes como el fuego mismo.
El sabor de la parrilla venezolana proviene de la mezcla entre el humo del carbón o la leña y los aliños criollos: ajo, cebolla, ají dulce, orégano, comino y hasta toques de cerveza o papelón que se añaden a las carnes para darles un sello propio.
La bandeja resultante, repleta de chorizos, morcillas, pollo, costillas y lomito, se acompaña siempre de arepas asadas en la misma parrilla, queso guayanés y guasacaca, esa salsa verde que es emblema de nuestra identidad.

DOS TÉCNICAS, UN MISMO ESPÍRITU
Aunque el budare y la parrilla representan contextos distintos, ambos responden a un mismo espíritu: el contacto directo con el fuego.
En el budare, la masa se transforma en pan con apenas unos minutos de calor, adquiriendo esa costra ligera que guarda dentro la suavidad del maíz.
En la parrilla, la carne y los vegetales se impregnan de humo y caramelizan en la superficie, conservando los jugos y potenciando el sabor.
Ambos utensilios son testigos de nuestra memoria gastronómica.
El budare recuerda la raíz indígena y campesina, mientras que la parrilla expresa la sociabilidad criolla y la apertura cultural.
Y en ambos casos, lo importante no es solo lo que se cocina, sino lo que se comparte alrededor: las historias, los silencios, las risas, el sentimiento de hogar.
DEL CAMPO A LA CIUDAD, DE VENEZUELA A MIAMI
En Miami, donde Panna se ha convertido en punto de encuentro para quienes buscan los sabores de casa, estas técnicas siguen vivas.
El budare, aunque muchas veces sustituido por planchas modernas, sigue siendo el corazón de nuestras arepas.
En nuestros restaurantes, el aroma del maíz tostado en la plancha despierta recuerdos inmediatos en quienes crecieron en Venezuela y se convierte en un descubrimiento para quienes prueban una arepa por primera vez.
La parrilla, por su parte, se ha integrado a la vida cotidiana de la ciudad como una extensión de la cultura venezolana.
No hay celebración grande o pequeña en la que no aparezca una parrillera improvisada, ni hay domingo en el que los parques de Miami no se llenen de familias y amigos reunidos alrededor de una brasa.
Es ahí donde la tradición se reinventa, con mezclas de sabores latinos que van desde los chorizos argentinos hasta las arepas venezolanas, pasando por las guarniciones de otras culturas que se encuentran en esta ciudad diversa.
EN PANNA: SABOR HECHO A FUEGO
En Panna sabemos que el sabor auténtico nace del respeto por las técnicas que nos definen.
Por eso, nuestras arepas se cocinan sobre planchas que recrean el espíritu del budare, logrando esa combinación perfecta entre costra dorada y centro suave.
Y cuando hablamos de parrilla, nos aseguramos de que cada carne esté bien marinada, cada guarnición conserve la frescura y cada arepa acompañe con el calor exacto de la brasa.
Aquí, el budare y la parrilla no son nostalgia, son presente.
Son parte de un menú pensado para quienes quieren reencontrarse con sus raíces y también para quienes desean descubrir lo mejor de la comida venezolana y latinoamericana en Miami.
CONCLUSIÓN: EL SABOR DEL FUEGO QUE UNE
El budare y la parrilla son mucho más que utensilios de cocina, son memoria, son identidad, son comunidad.
Representan la unión de lo íntimo y lo colectivo, del maíz y la carne, del campo y la ciudad, de la tradición y la modernidad.
En cada arepa tostada y en cada carne a la brasa hay siglos de historia y una invitación a compartir.
Así que la próxima vez que vengas a Panna, piensa en esto: no es solo una arepa o una bandeja de parrilla, es un pedacito de nuestra historia cocinado al calor del fuego.