El olfato tiene una memoria que no perdona.
Basta una pizca en el aire para que un venezolano, esté donde esté, levante la cabeza y diga: eso huele a… Y no falla.
Porque aunque estemos en el metro de Madrid, en un semáforo en Miami o caminando por una calle de Santiago, si alguien está friendo una empanada con queso llanero, ese olor nos jala como un imán.
Los olores en la cocina venezolana son mucho más que estímulos sensoriales: son señales que nos conectan con el origen, con la infancia, con el barrio, con la abuela.
Son como una contraseña invisible que solo nosotros reconocemos.
Y así, sin avisar, nos hacen volver.
ESA COCINA QUE NOS LLEGA PRIMERO POR LA NARIZ
La cocina criolla huele a sofrito: a cebolla, ajo y ají dulce que se sofríen hasta avisar que ahí se está cocinando algo serio.
Huele a maíz, a cilantro, a queso de mano, a tajadas, a carne mechada con comino, a asado negro, a hallaca y a pabellón.
¿Y qué me dices del sancocho un domingo? Ese aroma que se cuela por la ventana a las 9 de la mañana y te dice que no vas a salir de la casa sin meterte una cucharada de sopa en el cuerpo.
El sancocho tiene olor a reunión, a familia, a carcajada larga y a reposo con hamaca después del plato humeante.
5 OLORES QUE NOS DELATAN COMO VENEZOLANOS
- Sofrito criollo: con ají dulce, cebolla y ajo, este trío no solo abre el apetito, sino que prende la alarma emocional. En cualquier parte del mundo, si ese olor aparece, el cerebro lo traduce como: ¡alguien está haciendo un guisito!
- Tequeños recién fritos: ese aroma a masa dorada y queso derretido tiene un poder hipnótico. De hecho, podría usarse como estrategia diplomática. Una bandeja de tequeños humeantes y el ambiente cambia.
- Pan de jamón: en diciembre, el olor a pan de jamón es la verdadera señal de que empezó la Navidad. Es mezcla de nostalgia, alegría y ese dulzón de las pasitas que se quema levemente en la bandeja.
- Cachapas en budare: cuando el maíz empieza a soltar ese olor tostado y dulce, uno solo puede pensar en queso de mano y mantequilla. Si cierras los ojos, juras que estás en una carretera de Barlovento.
- Empanadas fritas: no hay manera de confundirlo. Aceite caliente, masa de maíz y un relleno jugoso. ¿El toque final? Ajicito fresco y un poco de papelón con limón al lado. Solo de pensarlo, ya se activa el olfato.
EL OLOR COMO MEMORIA DE IDENTIDAD
Hay olores que son un pasaporte directo al alma.
Para los venezolanos, la cocina no solo alimenta el cuerpo, sino la memoria afectiva.
Cuando un olor se repite —una y otra vez— durante años en cumpleaños, fines de semana, navidades, desayunos y meriendas, termina quedándose pegado en el recuerdo.
El olor a arepa tostándose en el budare a las 6 de la mañana es casi una alarma nacional.
El de un pabellón servidito con tajadas humeantes te recuerda que estás en casa.
Y si estás lejos, el olor de una cachapa bien hecha puede provocar un lagrimón de nostalgia, sin necesidad de explicación.
CUANDO EL OLFATO TE LLEVA A PANNA
Cuando entras a cualquiera de nuestras tiendas en Miami, lo primero que te recibe no es la vista ni el oído: es el olor.
Ese que reconoce un venezolano sin tener que ver el menú. Ese que dice que aquí se cocina con maíz, con ajo, con queso y con ganas.
Si te has encontrado alguna vez persiguiendo un aroma en la calle, tratando de confirmar si lo que oliste era lo que pensabas… entonces tienes que venir a PANNA.
Porque aquí huele a hogar, a desayuno de domingo, a empanada caliente con café, a recuerdos que se mastican y se repiten.
Pasa por PANNA y déjate guiar por la nariz. Porque a veces el mejor GPS no está en el teléfono… sino en el olfato.