Paladares cruzados cuando un venezolano prueba ceviche, arequipe o mate

Paladares cruzados: cuando un venezolano prueba ceviche, arequipe o mate

PALADARES CRUZADOS: CUANDO UN VENEZOLANO PRUEBA CEVICHE, AREQUIPE O MATE

Salir de Venezuela no solo es cambiar de casa.

Es cambiar de clima, de idioma a veces, de formas de saludar… y por supuesto, de comida.

Quienes han migrado lo saben: el primer encuentro con un plato típico del nuevo país puede ser tan impactante como la primera vez que uno se abriga a 10 grados o se pierde en un metro, con 15 extensas y enrevesadas líneas.

Y así comienzan las historias de paladares cruzados

Porque hay sabores que nos sacan de nuestra zona de confort, que nos desafían, que nos despiertan una ceja o una sonrisa.

Al principio los miramos con desconfianza, pero luego aprendemos a quererlos, o al menos, a respetarlos.

Hoy celebramos esa mezcla inesperada de culturas en la boca, esos encuentros entre lo que traemos y lo que probamos.

Entre el golfeado y la medialuna, entre el pabellón y el ceviche, entre el café con leche y el mate.

CUANDO EL DULCE NO ES TAN DULCE (Y EL SALADO, UN POCO MÁS)

Una de las primeras sorpresas gastronómicas para muchos venezolanos en el exterior es la intensidad (o falta de ella) en los sabores locales.

El ceviche peruano, por ejemplo, puede parecer ácido y fuerte al primer bocado. 

Pero al segundo, ya se entiende su lógica: es una explosión de frescura, un equilibrio de cítricos, cebolla morada y picante que tiene su propia música.

En Colombia, el famoso arequipe desconcierta: dulce, cremoso, sí… pero no es exactamente nuestro dulce de leche, ni tampoco nuestra natilla, ni nuestra leche condensada. 

Es otra cosa y merece su lugar.

Y luego está el mate argentino: amargo, humeante, compartido.

Nada que ver con nuestras infusiones de toronjil o menta.

Pero hay algo magnético en ese ritual de pasar el mate y decir “gracias” solo cuando uno ya no quiere más…  Porque además, cuando por fin lo entiendes, también te das cuenta el amor que hay en ese acto de compartir.

DE LA EMPANADA A LA HUMITA: SIMILARES… PERO NO IGUALES.

En América Latina, hay muchas comidas que se parecen, pero que no son intercambiables.

Y eso, para un venezolano curioso, puede ser fascinante.

Empanadas: en Chile, con pino y pasas; en Colombia, con masa amarilla crocante; en Argentina, con repulgue perfecto.
Tamales: llamados humitas en el sur, hallacas en casa, pasteles en el Caribe.
Arepas: sí, las hay en Colombia, pero tienen otra textura, otros rellenos y otra historia.

Al principio uno dice: “esto no es como lo hacemos nosotros”.

Pero después de probarlo con mente abierta, se descubre que los ingredientes se parecen, pero los afectos son distintos.

Y eso también es lindo y merece nuestro respeto.

Paladares cruzados cuando un venezolano prueba ceviche, arequipe o mate 2

CUANDO LO QUE EXTRAÑAMOS NOS HACE ENTENDER MEJOR AL OTRO

Hay algo poderoso en lo que ocurre cuando un venezolano prueba la comida de otro país con el estómago un poco nostálgico.

No se trata de comparar. Se trata de comprender.

Porque cada plato que probamos allá nos recuerda algo de lo que teníamos acá.

Y en esa comparación involuntaria, vamos ampliando nuestra mesa mental.

Un tinto colombiano puede parecer aguado hasta que se entiende su contexto.

Un choripán argentino parece simple… hasta que se prueba con chimichurri casero.

Una pupusa salvadoreña parece pesada… pero basta un mordisco para que uno se rinda.

Los paladares cruzados no siempre buscan reemplazar lo propio, pero sí abren la puerta a la convivencia gastronómica.

Y eso es un acto de respeto. Y también, de supervivencia emocional.

EN PANNA, SABEMOS QUE LOS SABORES CONVIVEN

En PANNA, recibimos cada día a personas de muchos países: norteamericanos, colombianos, peruanos, argentinos, mexicanos y por supuesto, ¡venezolanos!

Y hemos aprendido que, aunque cada quien tiene su plato de infancia, su receta favorita, todos buscan lo mismo: sentirse en casa.

Por eso, nuestra propuesta no pretende imitar otras cocinas.  

Pero sí se construye con esa apertura de quien ha probado el mundo y ha vuelto a elegir el sabor que lo representa.

Y si el día que nos visites, lo que te provoca es comerte un bowl con quinoa, entre las opciones te ofreceremos incluirle unas ricas caraotas.

Y si un cliente nos pide un café, le preguntaremos si lo quiere con leche espumosa o “colado como en casa”.
Y si alguien entra con un mate en la mano, lo recibiremos con una empanada de cazón y una sonrisa.

Porque en PANNA, sabemos que la cocina no compite: se encuentra, se escucha y se abraza.

LOS PALADARES CRUZADOS TAMBIÉN CONSTRUYEN HOGAR

Probar sabores nuevos no es traicionar lo propio, es ampliar el mapa afectivo, es permitir que lo ajeno nos hable y, a veces, nos consuele.

Y es recordar que la memoria también se nutre de descubrimientos.

Así que si estás lejos de casa y pruebas algo que no se parece en nada a lo tuyo… respira, prueba otra vez y sonríe; quizás no sea tu plato favorito, pero puede ser el de alguien que también extraña.

Y ahí, sin darte cuenta, estarás compartiendo mucho más que una comida: estarás compartiendo amor, respeto y humanidad.

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