El 25 de diciembre tiene un sabor distinto.
No es el bullicio de la Nochebuena ni la expectativa del 24; es un día más lento, más suave, donde el reloj parece detenerse y la cocina se convierte otra vez en el centro del mundo.
En Venezuela, este día no se mide por la hora, sino por el olor: el del café que despierta la casa, el pan de jamón recalentado en el horno, las hallacas que se calientan en el mismo papel de la noche anterior, y los niños corriendo con los juguetes que dejaron “el Niño Jesús”.
Es un día para descansar, sí, pero también para volver a servir, para repetir sin culpa y saborear la quietud.
La mañana empieza con ese ritual universal de los hogares venezolanos: abrir la nevera, ver los restos de la cena y decidir qué va primero al sartén.
El pan de jamón se tuesta apenas para devolverle su brillo, las hallacas se recalientan envueltas en sus hojas, el ponche crema se sirve más frío que nunca, y alguien corta las últimas tajadas del dulce de lechosa.
Es el desayuno más sabroso del año, no solo por el menú, sino porque todo sabe mejor cuando el esfuerzo ya quedó atrás.
El 25 no se cocina, se revive; cada plato rehecho trae consigo los ecos de la noche anterior: las risas, los brindis, las canciones.
EL DÍA EN QUE LA COCINA DESCANSA, PERO SIGUE SIENDO REINA
El 25 es un día en que el fuego se enciende con pereza, sin prisa.
Ya no hay grandes ollas hirviendo ni familias enteras amarrando hallacas; ahora la cocina respira y se convierte en refugio.
En muchos hogares, la tradición dicta que la comida del 24 se “revive” al mediodía: se calienta la hallaca en agua, se hornea el pan para recuperar su corteza, y se sirven los restos de ensalada de gallina como si fueran nuevos. Es un almuerzo sin protocolo, pero lleno de cariño.
Ese recalentado tiene un encanto que ningún plato fresco puede igualar.
La hallaca del 25 sabe más concentrada, más integrada, con el guiso firme y la masa más suave. El pan de jamón, con sus bordes dorados, revela el perfume del jamón ahumado y el dulzor de las pasas. Incluso el ponche crema, servido con hielo, parece tener otro cuerpo.
Es la cocina en su versión más sincera: sin adornos, sin apuro, sin espectáculo. Solo sabor y gratitud.
UN DÍA DE MÚSICA SUAVE Y SABORES LENTOS
Mientras la ciudad duerme un poco más, en las casas suena música distinta.
No las gaitas estridentes de la víspera, sino boleros, aguinaldos suaves o algún disco viejo de Billo’s.
Se barre la sala, se lavan los platos, y en medio de ese silencio doméstico, la comida vuelve a unir a todos.
Hay algo profundamente venezolano en esa costumbre de convertir los restos en banquete, de hacer del recalentado una celebración. El 25 de diciembre es eso: una versión reposada de la abundancia.
En algunas regiones del país, este día también tiene sus costumbres específicas.
En los Andes, se acompaña el almuerzo con chicha andina; en oriente, se prepara un asado negro o se improvisan empanadas con los restos de hallaca; y en el llano, no falta el queso blanco fresco ni las tajadas fritas.
En cada casa, el menú del 25 refleja la misma idea: comer juntos, sin protocolo, porque el verdadero lujo está en tener tiempo.

LA COMIDA COMO DESCANSO Y GRATITUD
El 25 no se celebra con fuegos artificiales ni grandes reuniones, sino con pequeños gestos: el pan calentándose en el horno, el olor del café colado, la sobremesa que se alarga con cuentos y anécdotas.
Es un día para agradecer lo que se tiene, para reconocer el esfuerzo de quien cocinó, y para dejar que el sabor hable por sí solo.
También es un día para mirar hacia adelante.
En la mesa aún hay rastros de la cena, pero también hay espacio para nuevos brindis. Las familias hacen planes para el Año Nuevo, revisan las fotos del 24, y mientras tanto, el ponche sigue corriendo entre risas.
La cocina, una vez más, se convierte en testigo de todo: del cansancio, del cariño y de la esperanza que se renueva con cada plato servido.
EN PANNA, LA NAVIDAD SIGUE EL 25
En PANNA, el espíritu del 25 se vive igual que en casa: sin apuro, con sabor y con gratitud.
Nuestros platos siguen disponibles para quienes quieren prolongar la celebración con el mismo gusto del 24. Las hallacas, el pan de jamón, el ponche crema y los dulces criollos siguen esperando para acompañar esa calma sabrosa que solo se vive después de la fiesta.
Porque la Navidad no termina a medianoche.
Se prolonga en cada recalentado, en cada pedazo de pan compartido, en cada taza de café servida con cariño. En PANNA, lo sabemos bien: el 25 de diciembre también se celebra con el paladar, con el corazón lleno y la mesa servida.