Cuando hablamos del primer café de Caracas, no nos referimos a una cafetería de la época de los techos rojos y del “Epa Isidoro”.
No hablamos de un lugar antiguo, donde ellos iban con sombrero y ellas con faldas sobre enaguas, a degustar la energizante bebida que se obtenía de los granos tostados y molidos, de los frutos del cafeto.
¡No! En realidad, estamos hablando de esa primera taza humeante, cuyo aroma embriagó a un grupo de privilegiados mantuanos que, segundos antes y en porcelana fina, vieron caer las primeras gotas de un café recién “colao”.
Inspirados en el maravilloso escrito de Arístides Rojas, “La primera taza de café en el valle de Caracas”, hagamos un pequeño recorrido por nuestra interesante historia cafetera.
EL CAFÉ LLEGA A VENEZUELA
Oriundo del Imperio Etíope, el grano de café tuvo un largo viaje hasta llegar a nuestro país.
Su primera parada, al salir de África, fue de lo más chic: París.
De allí viajó a la isla francesa de Guadalupe y luego a Cayena en la Guayana Francesa, desde donde cruzó a Venezuela, en 1730, para prosperar, por primera vez, a orillas del Orinoco.
La versión más extendida dice, que esto sucedió gracias a misioneros españoles, que trajeron la planta a través de Brasil.
También existen otras versiones que aseguran que la travesía fue al revés, viajando desde las riberas de nuestro lado del río, hasta la tierra de la samba… aunque a estas alturas, lo importante es que llegó.
Unos 30 años más tarde y, según el Diccionario de Historia de Venezuela, de Empresas Polar, serían Aragua, Valencia, Nirgua, Coro y Cumaná, las zonas donde ya existían cultivos de cierta consideración.
Pero volvamos unos años atrás, para entender un mejor, la historia del café, particularmente en Caracas.
LA AGRICULTURA VENEZOLANA
En el año 1728, en la ciudad de Santiago de León de Caracas, se constituye la Real Compañía Guipuzcoana, con privilegio del comercio recíproco, entre el Reino de España y la provincia de Venezuela.
El objetivo de la Compañía estaba claro: hacerse con el comercio del cacao de Venezuela, para evitar el contrabando que los extranjeros, especialmente holandeses, realizaban en la colonia caraqueña.
El intercambio comercial funcionaba de la siguiente forma:
Los navíos transportaban desde España hasta Venezuela, hierro, tejidos, mercería, aceite, aceitunas, vinagre y licores.
En cuanto a la mercancía con la que regresaban a la madre patria, sin duda alguna, el más importante, en cuanto a cantidades y valor, fue el cacao; pero no fue el único.
También llevaron algodón, partidas de tabaco, cueros y café.
Con el consumo local, la historia era otra cosa.
La agricultura dependía especialmente del cultivo del trigo, pero este fue poco a poco perdiendo la batalla contra algún tipo de plaga.
En el resto de Venezuela, las cosas no estaban mucho mejor:
El cultivo del añil se había abandonado; el del cacao había ido decayendo; se exportaba muy poco tabaco; la caña de azúcar tenía una competencia desigual con las Antillas y el algodón no podía competir con el que se producía en los Estados Unidos.
En resumen, no eran los tiempos más prósperos para la agricultura venezolana, pero el grano de café comenzaba a sacar la cabeza, especialmente por su precio elevado, en comparación con el resto de los productos.
Un buen ejemplo de ello, es la primera exportación de café venezolano, de la que se tiene noticia.
Se lleva a cabo en el año 1755, quedando constancia en los libros de la Real Hacienda de la Guipuzcoana y la venta es de 156 libras de café, que sale desde La Guaira con destino a Cádiz.
Era una pequeña carga que, según la descripción, pertenecía a comerciantes de la ciudad y costó 4 reales la libra, una estimación extraordinariamente elevada, superior más de 3 veces al precio por entonces del cacao.
Así que, bienvenido el café a la agricultura patria.
PLANTACIONES DE CAFÉ EN CARACAS
Volviendo al año 1783, ilustres integrantes de la sociedad venezolana, ven en el café una importante inversión, entre ellos, los Blandín.
Aunque se apellidaban Blandain, pues eran de origen francés, aquella familia se había integrado completamente en la cultura venezolana y facilitaron a los criollos la pronunciación, con la “castellanización” de su apellido: los Blandín
Los mismos que en tiempos modernos y, sin saberlo, darían nombre a esa concurrida avenida que tantas veces hemos usado los caraqueños, sin imaginar la trascendencia que esta familia tuvo en nuestras vidas.
Y es que los Blandín, fueron los propietarios de una gran plantación, ubicada a los pies del majestuoso y eterno Ávila y, el lugar donde, según las crónicas de la época, se probó por primera vez el café caraqueño.
PIERRE Y SU PROLE
Farmacéutico de profesión y graduado en su país natal, Pierre Blandain (Pedro Blandín para los amigos) llegó a Caracas a mediados del siglo XVIII.
Con la intención de abrir una botica en la capital, el hombre se instaló cerca de la esquina del Cují, en la actual Avenida Este, ofreciendo desde allí sus servicios como boticario.
Como muchos otros extranjeros, don Pedro quedó prendado de una caraqueña, Mariana Blanco Valois y Matamoros, con quién formó familia.
5 varones y 3 mujeres fueron el fruto de la unión Blandín – Blanco y, de estos ilustres y queridos conocidos de la sociedad caraqueña, fue Bartolomé, el tercero en nacer, quien decidió dividir su tiempo, entre el cultivo del arte musical y, cómo no, del exquisito café.
EL CAFÉ DE LAS HACIENDAS DE CHACAO
En 1783, mismo año en el que nació el Libertador Simón Bolívar, el árbol del café llegó al pueblo de San José de Chacao, para cambiar la historia de la región.
Las extensas siembras que dieron su fruto en las Haciendas Blandín de los Blandaín, San Felipe del Padre Sojo y La Floresta del Padre Mohedano, dieron cuenta de ello.
En un principio, el arbusto creció hermoso, adornando las arboladas de las haciendas, pero más como una planta exótica y decorativa, que como ese árbol generoso, que años después nos daría tanta energía y alegría.
50.000 arbustos de café, número arriba, número abajo, fueron los primeros en rendir tan bonita y olorosa cosecha.
Pero tuvieron que pasar dos años, después de aquella siembra, para que los agricultores presenciaran, maravillados, los capullos brotando de las ramas de los cafetales.
Cuentan que para aquellos descendientes de europeos, ya acostumbrados al clima tropical del nuevo mundo, las flores blancas que cubrían los arbustos les recordaban a una inesperada y hermosa nevada.
Aquella flor, que por años fue confundida con el jazmín, luego caía dando paso a los aromáticos frutos que, al madurar, tornan en pequeñas bolitas rojas que hacen más bonito si es posible, el paisaje del cafetal.
Y mientras esta maravilla de la naturaleza estaba sucediendo, el Padre Sojo, tío abuelo de Bolívar, el padre Mohedano y Bartolomé Blandín, junto a sus cultas hermanas, reunían en sus hogares lo más selecto de la sociedad capitalina, cada vez más aficionada a los cuartetos de música que los anfitriones traían de Alemania.
Esta afición y las muchas horas compartidas, fortalecieron el amor por la música y el compromiso con el negocio cafetero del cura Sojo, el cura Mohedano y los descendientes del boticario francés.
LA PRIMERA TAZA DE CAFÉ
Desde hacía tiempo, los socios y amigos musicales ya habían convenido de qué forma celebrar la cosecha.
Probarían juntos la primera taza de café, en un día señalado, con el acompañamiento del resto de familias melómanas caraqueñas y con las arboledas frutales de la Hacienda Blandín como perfecto escenario.
Y ese día llegó, una mañana a finales de 1.786.
La familia Blandín, junto a los religiosos, recibieron a una selecta concurrencia que, subida a carretas y caballos, llegaron al lugar previamente ornamentado para la ocasión.
Adornos campestres daban la bienvenida, junto a sendos escudos de Francia y España.
Risas, historias y un abundante banquete llenó la mañana.
A primera hora de la tarde, los asistentes fueron invitados a un gran salón.
En el centro, una mesa de gran superficie, decorada por tres jarrones de porcelana, de donde surgían tres pequeños arbustos de café y cubierta por hermosas piezas de un elegante juego de tazas de porcelana, quedó protagonizando el espacio.
Por supuesto, fueron Don Blandín y los dos curas hacendados, Sojo y Mohedano, los primeros en llenar y levantar sus tazas llenas de café.
Y así, con las notas de Mozart y Beethoven, mezclándose con el entusiasmado aplauso de los asistentes, que celebraba el cultivo en la ciudad, se dio el primer sorbo de café caraqueño.
Casi un siglo más tarde, el escritor, médico, historiador y periodista venezolano, Arístides Rojas, escribió estas líneas, en las que hoy nos inspiramos, para homenajear y recordar el líquido oscuro, cuyo aroma llenó con descaro aquel ambiente y el resto de nuestras vidas.