Cuando llega la Navidad, los venezolanos en el exterior comienzan a vivir una mezcla curiosa de alegría y melancolía.
Afuera, las calles se iluminan con luces frías y paisajes de invierno; pero en el corazón, la memoria insiste con imágenes de un trópico cálido, gaitas sonando desde temprano y el olor a guiso que se escapa por la ventana.
Estar lejos no significa olvidar, y eso lo demuestran los miles de hogares donde, a pesar del cambio de idioma, clima o geografía, la Navidad sigue teniendo acento venezolano.
Cada año, las familias se organizan para reproducir los rituales de siempre.
Se buscan hojas de plátano —aunque vengan congeladas—, se pide permiso en el trabajo para dedicar un día entero a las hallacas, se hornean panes de jamón, se prepara el ponche crema y se hacen videollamadas a Caracas o Maracaibo para mostrar el resultado.
Es una coreografía que combina nostalgia y orgullo; una forma de decirle al mundo que no se trata solo de comer, sino de conservar lo que nos define.
LA COCINA COMO PUENTE EMOCIONAL
Para quienes migraron, cocinar es una manera de regresar.
No a un lugar físico, sino a una sensación: la de pertenecer. En la diáspora, la hallaca se vuelve más que un plato, el pan de jamón más que una receta, y el ponche crema más que una bebida; son llaves que abren la memoria.
A través del sabor, los venezolanos reconstruyen la intimidad perdida, conectan con su infancia y transmiten a sus hijos una herencia que no se puede aprender en libros.
En cada cocina extranjera donde hierve una olla de hallacas hay una historia. Una madre que enseña a sus hijos a doblar la hoja, un grupo de amigos que se turna para picar los aliños, un abuelo que cuenta cómo se hacían “las de antes”.
En esos gestos sencillos se conserva lo esencial: la alegría de cocinar en grupo, la solidaridad, el humor. La mesa se vuelve refugio, y la comida, un idioma que no se olvida.

CUANDO LA NAVIDAD CABE EN UNA MALETA
Muchos venezolanos llevan su Navidad en maletas. Empacan harina de maíz, papelón, vino Moscatel y las frutas para la torta negra; también empacan paciencia y ganas.
En aeropuertos y aduanas, esas cajas llenas de ingredientes son casi un símbolo nacional: pequeños tesoros que garantizan que, sin importar dónde se viva, la fiesta sabrá a lo de siempre.
Así, las navidades en la diáspora se transforman en versiones híbridas de la original, con ligeros acentos locales: hallacas hechas con aceitunas españolas, pan de jamón con jamón serrano, dulce de lechosa cocido en estufa eléctrica.
Y sin embargo, el espíritu es el mismo.
Porque lo importante no es la exactitud de la receta, sino el gesto de seguir haciéndola.
Cada vez que un venezolano cocina su Navidad lejos del país, reafirma un sentido de identidad que no depende de fronteras.
En lugar de nostalgia pura, hay gratitud: por los recuerdos que viajan y por la capacidad de reinventarlos.
EL SONIDO DE UNA NAVIDAD DIFERENTE
Fuera del país, las gaitas comparten espacio con villancicos en otros idiomas, pero siguen marcando el ritmo del alma.
“Sin rencor” o “Sentir zuliano” suenan en cocinas de todo el mundo, acompañadas de risas, mensajes de voz y el inevitable brindis con ponche.
La música, como la comida, sostiene la pertenencia.
Une lo que la distancia separa y devuelve la sensación de comunidad. Así, entre mesas improvisadas y videollamadas familiares, los venezolanos logran un milagro sencillo: transformar la ausencia en presencia, y la nostalgia en celebración.
EN PANNA, LA NAVIDAD TAMBIÉN SE COMPARTE A LA DISTANCIA
En PANNA, sabemos que la Navidad venezolana es un sentimiento que viaja.
Por eso, nuestras hallacas, panes de jamón, dulces y postres están hechos con el mismo cariño con que se preparan en casa, para acompañar a quienes celebran lejos o cerca.
Cada diciembre, nuestras cocinas se llenan de ese olor que no entiende de distancias: el de la comida que reúne.
Si este año la Navidad te encuentra lejos del país, deja que el sabor te acerque. En cada hallaca de PANNA hay un pedazo de hogar, en cada pan de jamón una historia compartida, y en cada postre una certeza: que el corazón venezolano siempre encuentra la manera de volver, aunque sea a través del paladar.