PANES LATINOS: ALMOJÁBANAS, CUERNITOS, BOLILLOS, MARRAQUETAS
Hay olores que viajan y el del pan caliente, recién salido del horno, es uno de ellos.
No importa si estás en Caracas, Bogotá, Santiago o Ciudad de México: entrar en una panadería y sentir ese aroma puede devolverte a casa, a la infancia, a un desayuno con mantequilla que se derrite sin apuro.
En toda América Latina, el pan es algo más que alimento… es compañía, es rutina.
Es ese vínculo silencioso que se renueva cada día cuando alguien entra a una panadería y pregunta: “¿Tienen pan de esta mañana?”.
Y sí, cada país tiene sus formas, nombres, masas y rituales.
Pero hay algo en común: todos estos panes son testigos de lo cotidiano.
Hoy viajamos con el paladar para conocer cuatro panes que, aunque no son venezolanos, se parecen mucho a cosas que amamos.
Porque la masa, como la nostalgia, se amasa en todos lados.
ALMOJÁBANAS: PAN Y QUESO, FUNDIDOS EN UNA MISMA MIGA
La almojábana es una pequeña joya horneada muy presente en Colombia, Puerto Rico, Panamá y algunas regiones de Centroamérica.
Redonda, suave, con una corteza ligeramente dorada, este panecillo tiene una particularidad que lo hace inolvidable: está hecho con queso desde la masa misma.
Dependiendo del país y la región, puede llevar almidón de yuca, harina de maíz precocida o harina de trigo.
Pero el común denominador es el queso rallado —preferiblemente salado— que se funde con el almidón para crear una miga húmeda, ligera, con sabor profundo.
En Colombia, por ejemplo, es protagonista de desayunos campesinos, se ofrece en vitrinas junto al café y se vende en canastas cubiertas con pañitos de tela.
Es el pan que se come de pie en una plaza o sentado en una banca, viendo pasar la mañana.
Para el paladar venezolano, la almojábana recuerda a nuestras arepitas dulces con queso, a los bollitos de anís o al pan de queso andino, aunque con un carácter más tierno.
Y sobre todo, nos conecta con esa idea tan latinoamericana de que pan y queso no se combinan: se integran desde el principio.
CUERNITOS: MEDIA LUNA QUE BRILLA EN EL SUR
El cuernito, también conocido como medialuna, es un pan de forma creciente que se consume con devoción en Argentina, Uruguay y Paraguay.
A primera vista, podría confundirse con un croissant europeo, pero no: el cuernito tiene alma propia.
Hay dos versiones: la de manteca (más suave, ligeramente dulce) y la de grasa (más firme, menos dulce y de sabor intenso).
Ambas forman parte de ese ritual sagrado en el Cono Sur conocido como “desayuno con medialunas”: una bandeja con cuernitos y un café con leche servido en taza generosa.
Los cuernitos no solo se comen por la mañana.
Acompañan charlas, sobremesas, citas románticas, tardes de lluvia, días en la oficina y meriendas escolares.
Son el pan de los afectos cotidianos.
Para un venezolano, la experiencia puede ser sorprendente.
El cuernito es más compacto que un cachito y menos dulce que un golfeado, pero ofrece la misma calidez.
Y como todo buen pan, su sabor mejora si se comparte.
BOLILLOS: FIRMEZA Y SABOR EN LA MESA MEXICANA
El bolillo es el pan más emblemático de México.
Se hornea a diario en casi todas las panaderías del país, y su forma ovalada, con una hendidura longitudinal en el centro, lo hace inconfundible.
Tiene una corteza delgada pero firme, ideal para sándwiches (o tortas, como se les llama en México), y una miga blanca, esponjosa, aireada.
Se parte con facilidad, aguanta rellenos húmedos y es parte integral de muchísimos platos.
El bolillo acompaña el desayuno con nata o frijoles, el almuerzo con guisos o mole, y también es el pan que se sirve con los caldos y pozoles.
En tiempos difíciles, ha sido también símbolo de resistencia: barato, duradero, llenador.
Para muchos venezolanos que migran a México, el bolillo se convierte en sustituto de la canilla o el gallego, pero rápidamente se le reconoce su valor propio.
No es pan de acompañar: es pan de acción.
Se rellena, se baña en salsa, se come al paso. Y no se desmorona: se enfrenta a lo que venga.

MARRAQUETAS: CRUJIR DE TRADICIÓN EN CHILE
La marraqueta chilena es, probablemente, uno de los panes con más identidad sonora de América Latina.
Crujiente por fuera, con una miga blanca y suave, se presenta como una unidad doble, dividida en dos partes iguales por una hendidura precisa.
Al morderla, suena. Y ese crujido es casi una marca registrada de la panadería chilena.
La marraqueta acompaña desayunos con palta (aguacate), es compañera de cazuelas, se unta con mantequilla o se rellena con jamón.
En muchas casas, si no hay marraqueta, no hay desayuno.
Y para un venezolano, puede parecer una mezcla entre pan francés y gallego, pero basta con probarla para descubrir su carácter propio: ligero, honesto, crocante y cotidiano.
PANES QUE SE CRUZAN Y SE ABRAZAN
A lo largo del continente, hay miles de panes:
Pan de yuca, pan de bono, pan campesino, pan trenzado, pan dulce, pan casero y cada uno tiene su historia, su receta, su textura.
Pero todos tienen algo en común: se comparten.
• El pan se parte.
• El pan se regala.
• El pan acompaña noticias y celebraciones.
• El pan se lleva a casa de alguien como señal de afecto.
• El pan se come solo… pero nunca con tristeza.
Por eso, cuando un venezolano prueba una almojábana o un bolillo, puede que extrañe el pan francés de su panadería de siempre.
Pero también puede que descubra una nueva manera de sentirse en casa.
EN PANNA, TAMBIÉN TENEMOS PANES QUE CUENTAN HISTORIAS
En PANNA, sabemos que el pan no es solo algo que se hornea.
Es algo que se siente.
Por eso, nuestras bandejas se llenan cada día de golfeados con papelón y queso, cachitos suaves con jamón, y, en Navidad, panes de jamón rellenos como los que se compartían en las cenas familiares.
También horneamos a diario baguettes frescas, perfectas para los desayunos que llevan perico, queso guayanés o jamón planchado.
Y, por supuesto, el pan venezolano por excelencia: la arepa, reina absoluta de nuestra identidad.
Redonda, versátil, generosa, servida con mantequilla o rellena como quieras.
Porque si algo nos define, es que sabemos hacer de la masa un acto de amor.