Pabellón criollo, mucho más que un plato

Pabellón criollo venezolano, mucho más que un plato

El pabellón criollo no es solo el plato nacional de Venezuela. 

Es una metáfora servida en plato llano. Es historia, mezcla, contradicción, encuentro. 

Quien lo ha comido sabe que no hay una única forma de prepararlo ni de entenderlo. 

Pero lo que nadie puede negar es su capacidad de convocar memorias, aromas de infancia y celebraciones de domingo.

Hoy queremos mirarlo desde otro ángulo. 

Porque detrás de sus cuatro elementos —carne mechada, arroz blanco, caraotas negras y tajadas de plátano maduro— hay siglos de encuentros, silencios y mestizajes. 

Y si entendemos su origen y evolución, también entendemos un poco más sobre nosotros.

EL PABELLÓN, UN PLATO NACIDO DE ENCUENTROS

Muchos relatos coinciden en que el pabellón nace en las cocinas coloniales, donde los ingredientes disponibles eran adaptados con creatividad. 

Se dice que los esclavizados en las haciendas solían combinar las sobras del arroz, las caraotas y la carne salada del día anterior, sirviéndolas todas juntas. 

A eso, con el tiempo, se le sumaron las tajadas de plátano maduro frito. Y así, de la austeridad nació una de las comidas más queridas del país.

Cada elemento tenía su razón de ser. 

Las caraotas (introducidas por los pueblos indígenas mucho antes de la llegada de los españoles), el arroz (traído de Asia vía España), la carne (en salazón, por la necesidad de conservarla), y el plátano (africano de origen, caribeño por naturaleza).

El pabellón es un mapa comestible del mestizaje.

EL PABELLÓN: UN SIMBÓLICO CUATRO COLORES

Hay quienes ven en sus colores una alegoría de la bandera venezolana: el blanco del arroz, el negro de las caraotas, el amarillo de las tajadas y el rojo de la carne mechada. 

No hay pruebas históricas que sustenten esta teoría, pero no deja de ser una lectura hermosa y simbólica.

Otros, más poéticos, aseguran que representa la diversidad del país: razas, regiones, culturas… todas juntas, sirviéndose en la misma mesa.

Y es que el pabellón tiene esa cualidad: cada bocado es una conversación entre ingredientes distintos que, al unirse, crean algo nuevo y delicioso. 

Como Venezuela misma.

VARIANTES REGIONALES Y CREATIVAS

A pesar de tener una estructura bastante fija, el pabellón no es inmune a la creatividad regional. 

En oriente, por ejemplo, se cambia la carne mechada por cazón guisado, y el plato recibe el nombre de pabellón oriental. 

En los Andes, hay quien prefiere usar carne molida. 

Y en algunos hogares de occidente se le agrega huevo frito, aguacate o hasta queso blanco rallado.

En los últimos años, también han surgido versiones veganas, sustituyendo la carne por berenjenas o soya texturizada, y usando plátano horneado en vez de frito. 

Las nuevas generaciones buscan adaptar la tradición a sus necesidades, pero sin traicionar su espíritu.

¿Y POR QUÉ NOS GUSTA TANTO EL PABELLÓN?

La respuesta es simple: porque está lleno de contrastes. Dulce y salado. Suave y crujiente. Neutro y especiado. 

Ningún ingrediente se impone del todo, pero todos brillan en conjunto.

Además, es un plato generoso. 

Sacia, reconforta, acompaña. 

Es comida de celebración, pero también de diario, y  tiene esa cualidad rara de ser sencillo y sofisticado al mismo tiempo.

Quien ha vivido fuera de Venezuela sabe que pocos sabores te devuelven tan rápido a casa como un buen pabellón. 

Es un plato con memoria.

El pabellón criollo venezolano

UN PLATO NACIONAL CON NOMBRE PROPIO

El término “pabellón” ya se usaba en el siglo XIX para referirse a la combinación de arroz, caraotas y carne. 

Pero fue en el siglo XX cuando se consolidó como plato nacional, especialmente en los recetarios de cocina criolla y en los menús de fondas y restaurantes.

Aparece mencionado en los escritos de escritores como Arturo Uslar Pietri, y ha sido defendido por chefs, cronistas y abuelas por igual como símbolo de la cocina venezolana. 

Se sirve en mesas humildes y también en banquetes oficiales. No distingue clases ni lugares. Es transversal.

SU LUGAR EN LA COCINA DE PANNA

En PANNA, el pabellón criollo ocupa un lugar especial. 

Y no solo por ser uno de los platos más pedidos, sino porque representa exactamente lo que buscamos transmitir: sabor, tradición, familia.

Aquí, cada componente se cuida al detalle. 

La carne mechada se cocina lentamente, con su sofrito de ají dulce y cebolla. 

Las caraotas se preparan con receta casera, suaves pero con carácter. 

El arroz esponjoso, siempre en su punto. 

Y las tajadas… ay, las tajadas: doradas, dulces y con ese borde crujiente que solo se logra con el cariño de quien ha freído muchas en su vida.

Hay quienes lo piden como plato fuerte. 

Otros, como relleno de arepas, empanadas o cachapas. 

Porque sí, el pabellón también se desdobla, se adapta, se reinventa.

UNA FORMA DE VOLVER A CASA

El pabellón criollo no es solo un plato típico. Es una especie de ancla emocional para quien ha emigrado. 

Es la comida que te preparaban cuando estabas enfermo, la que se servía en casa los domingos, la que pedías en tu restaurante favorito cuando querías sentirte cerca de los tuyos.

Muchos migrantes cuentan que su primer llanto fuera del país llegó al probar un pabellón que “sabía igualito al de mi mamá”. 

Porque el pabellón, cuando está bien hecho, no solo llena el estómago. También llena el alma.

EL SABOR DE LA CASA, SERVIDO EN PANNA

En PANNA, creemos que ningún plato cuenta mejor nuestra historia que el pabellón criollo. 

Por eso lo cuidamos tanto, lo ofrecemos en diferentes presentaciones y lo cocinamos como si fuera para casa.

Te invitamos a probarlo en su forma clásica o a llevarte la carne mechada y el resto de sus componentes por separado, para preparar en casa la versión que más te guste. 

Porque si algo hemos aprendido, es que en cada pabellón vive una Venezuela distinta. 

Y todas caben en nuestra mesa.

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