Hay muchas cosas que echamos de menos al irnos de Venezuela: el clima, la música, la familia, el trato cercano. Pero si hay algo que toca fibras profundas, eso es la comida. Porque no es lo mismo extrañar una canción que extrañar el sabor de la hallaca en diciembre, el aroma de una cachapa al fuego, o ese primer bocado de empanada con ají cuando apenas amanece.
La gastronomía venezolana no solo alimenta el cuerpo, alimenta el alma. Es un puente con nuestros recuerdos y con los afectos que dejamos atrás. Y cada vez que hablamos con alguien que vive fuera del país, la conversación, tarde o temprano, pasa por la cocina.
LO QUE MÁS EXTRAÑAMOS CUANDO NO ESTAMOS EN CASA
No importa si vives en Madrid, Santiago, Bogotá o Miami. Si eres venezolano y estás lejos, hay una lista que se repite con pocas variaciones. Te la sabes. Te la sabes porque la has dicho muchas veces:
“Lo que daría por una empanada de cazón”
“No consigo queso telita en ningún lado”
“Una arepa con perico y café guayoyo y lloro”
“¡Necesito un pastelito andino, pero de verdad!”
Extrañamos los sabores por lo que significan: la arepa que hacía la abuela, el pabellón que pedías los domingos, el pan de jamón con el que comenzaba la Navidad. Extrañamos esa sensación de familiaridad, de hogar, de estar donde todo sabe como debe saber.
LOS PLATOS QUE MARCAN IDENTIDAD
En cada región de Venezuela hay sabores que se vuelven parte de la identidad local. Pero hay clásicos que son universales para todos nosotros:
- La arepa: con reina pepiada, con queso amarillo, con carne mechada. Es el pan de cada día, y cuando falta, se siente.
- El pabellón criollo: ese equilibrio perfecto entre dulce, salado y sabroso que es casi un resumen del país.
- Las empanadas fritas: desayuno, merienda, cena o antojo de madrugada. En la playa o en la ciudad, la empanada es patria.
- La cachapa con queso de mano: dulce, cremosa, caliente, con ese queso que se derrite pero no se pierde. Insuperable.
- Los tequeños: ya no son pasapalos, son protagonistas. Y siempre se extrañan, especialmente cuando se tiene visita.
Pero también están los sabores más específicos: el chicharrón crujiente, el asado negro de mamá, el pasticho de domingo, la torta de pan con pasas y papelón.
EL SABOR COMO MEMORIA
Comer es recordar. Y para los venezolanos fuera de casa, la nostalgia se nos cuela por el paladar. Hay quien dice que no se puede volver al lugar donde se fue feliz, pero nosotros lo hacemos cada vez que comemos algo que sabe a infancia, a casa, a papá y mamá.
No importa cuántas veces hayas emigrado o cuántos años tengas fuera: una cucharada de asopado, una mordida a un cachito, una arepa bien dorada… y vuelves. Cierras los ojos y estás en la cocina donde creciste, escuchando la radio encendida y oliendo a sofrito con comino.
RECONSTRUYENDO SABORES EN EL EXTRANJERO
Quien vive fuera sabe que replicar la cocina venezolana no siempre es fácil. A veces no consigues los ingredientes, otras veces no das con el punto exacto. El queso nunca sabe igual, la harina cambia, el aguacate no madura como el de tu tierra.